jueves, 25 de noviembre de 2010

PERRO

Soy un perro mal herido. Un día desperté y dije ya vuelvo. Mentí no volví jamás. No sé a dónde volver. Me he caído tantas veces, pero ninguna como aquel día que casi no recuerdo ya. Me caí de un auto en movimiento. Me empujaron de él y no escuché más mi voz. Sólo escuche mi sonrisa empotrarse contra el pavimento y me convertí en un perro mal herido.

Una herida nació, creció y se quedó, día tras día, noche tras noche, ladrido tras ladrido. Abro los ojos y mi voz ya no está sola en aquel lugar, tan distinto de cómo lo soñé alguna vez. “Todo estará bien”, me repiten al oído. ¿Estaré bien? Mi herida sana, de a pocos, pero sana. Mi piel ya no es la misma, mi voz tampoco lo es, pero mi herida sana.

Soy un perro que ladra en silencio para no despertar al día. Olfateo comida, pero no sé alimentarme más que de rabia. Soy un perro cubierto de nada, y la nada es fría. Soy un perro que fuma y se masturba en el mar. Soy un perro que le llora a la luna los fines de semana. Tantos fines de semana he llorado. Soy un perro sin raza como para poder encontrar un hogar, por eso vagabundeo en el mismo parque seco que me vio correr en mi infancia. Al menos así lo he soñado.

Y entre sueños escucho “ya puedes marcharte”. Y no entiendo que significan esas palabras. ¿Es que ya estoy bien?, o ¿es que debo irme?

Soy un perro que estuve herido, lo estoy y siempre lo estaré.

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